martes, 4 de febrero de 2014

No se callan.

No se callan. Gritan. "Es tu culpa" "Estoy harta de ti" "Hagan que ésto pare" "No sabes hacer nada bien" "Estorbo" "No puedo con esto" "Ayuda" "Tonta" "A nadie le importas". Te ahogas en palabras que no dijiste nunca y que, por supuesto, nunca dirás. Corres. Corres hasta caer al suelo. Caes. Caes. Caes más hondo. Arañas tu cara en un intento de que ésta desaparezca. "Lo mereces". ¡Al fin! La encontraste... Arrastras la cuchilla. Lineas color carmín aparecen en tu piel. Gritas hasta desgarrar tu garganta. No controlas el llanto. No controlas los cortes, 15, ahora 20... No se callan. "No vales una mierda" "Nadie te quiere, ¿me oyes? nadie". ¡Más profundo! Ves la sangre correr. Que escueza. Que escueza y que te sientas bien sabiendo que el dolor es merecido. Sentir el dolor físico hasta que no puedas más y se convierta en dolor psicológico. ¡Siguen sin callar! "No es suficiente" "Eres un error" "Ni tu familia te soporta". Odias al mundo porque te odias a ti. Último corte. Alzas la mirada hacia el espejo. No se callan. "Das pena" "Patética" "Lo volviste a hacer". Lloras. No hay que dejar rastro. Lávate la cara. Sonríes, que no lo noten. Te da miedo ir a la cama. Las voces, ¿cuándo se van a callar? No se callan. Giras en la cama. Nudos en la garganta. Duermes para no pensar. Pesadillas. Gritos a media noche. ¡No se callan! Despiertas. Lloras. ¿Por qué no moriste mientras dormías? Sonríes. Ocultas tus brazos. La misma mierda. No se callan. "Haznos un favor, muérete";




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