domingo, 21 de septiembre de 2014

La esperanza, como siempre, va llegando tarde.

Yo ya tenía una botella media vacía y… sin querer queriendo, ya le estaba rimando. Ahora tomo su cintura, la encuentro en el cuerpo de éste lápiz (últimamente ella está en todas partes). Le quito la blusa mientras escribo, la beso mientras me lee.  El amor no es algo que se alquila, pero  odio cuando el hijo de puta viene y me rinde cuentas, y me pide que le haga y que le deshaga; odio entonces cada verso y cada estrofa, insulto todas las vocales menos las de su nombre; hice un intento inútil por desafiarme, me propuse no pensarla, no habitarla, pero la sentí más mía.

No voy a hablar de ella, no voy a hacer mención a sus pestañas largas, ni a sus lunares, esos que tiene en ambos hombros y que tanto le gustan. No hablaré de su risa nerviosa. De lo directas que eran sus palabras. (Y qué idiota era y cuantísimo la amé.) Ni tampoco de cuando se alteraba mientras la veía y pensaba que era lo más bonito que alguna vez tendría en mi vida. De cuando miraba a los gatos negros fijamente porque no le tenía miedo a la mala suerte. Y era, en cierto modo, porque ella era la mala suerte personificada. Y yo, como siempre, me enamoré del caos, del desastre y de su vacío. Más, por mi parte, no la seduje con cigarros, ni rosas rojas, siempre le llevé muy dentro, clavada hasta la puta madre. Llegué a pensar que no había pareja en el mundo más afortunada que nosotras, ya que morderle los labios sabía a felicidad.

Olvidaba mi nombre cuando decía que me amaba, y al olvidar mi nombre sabía quién soy. Soy el cadáver al que le brotan flores, y hoy tampoco le he llevado un girasol. ¿Qué hago con todas esas veces que no voy a escucharle reír, con el vacío de entre mis dedos porque no llegan los suyos kamikazes, a besarlos?, ¿y qué con el dolor extraño de esa forma tan suya de no decirme ya “te amo”, ni por error y sin cuidado? ¿Dónde está?  Ya es Septiembre, he escrito mi nombre, no sé quién soy y necesito que me ame.


Por favor, tú, desconocido,
que me lees y me sufres,
dile a mi chica de ciencias,
que la chica de letras, yo,
siempre más (más, más, más, más, más).
Y que es...
 lo mejor que le va a pasar a alguien más.

Patetismo.

Hoy justamente he escrito algo, pero no me ha gustado el resultado, para variar.  Llevo unos días en los que escribo mucho, también estoy peor. Es  difícil decir siempre todo lo que se siente. Pero se siente. Todo. Siempre. Siempre fui de esas que no saben fingir, de las que necesitan un por qué para todo porque sí. Al mirar atrás, veo que dejé de escribir en mi libreta cuando dejé de querer conocerme más a mí misma. Me di cuenta de que prefiero echarle la culpa a las piedras cuando caigo, cuando el problema está en que siempre voy mirando atrás. He comprendido que a veces es la forma en que caminas, y no el camino, lo que te hace tropezar. Creo que a pesar de un par de duros golpes por parte de la vida, puede que haya sido yo quien haya jodido mi suerte, pues esperando siempre un mal tiempo, es normal que del diario me llueva. Pero lo peor es que sabiendo todo esto, sigo aplastada bajo el peso de mí misma; pues no encuentro la manera de romper lazos con Plutón, ni sus satélites. No consigo reaccionar.

Odio no querer hablar con nadie porque antes de conocer a alguien, ya estoy pensando en qué haré para cagarla y que se vaya de mi vida, es bastante frustrante vivir así, pero se consigue, supongo. Como cuando te odias a ti por ser tú, qué contradicción, ¿no? Si eres lo único que tienes, qué mínimo que llevarte bien contigo. No soy lo que quiero, ni quiero lo que soy. Bueno, supongo que el ser humano es así, o a lo mejor soy yo sola. Qué va.

Ya es bueno que me quiera morir y no sea por amor, quizás una buena razón sería la adicción al tabaco y no a las caderas. Fumar mata. Y finalmente, la muerte no es nada más que poesía. Bien decía Bukowski: “¿Qué puede hacer un poeta sin dolor? Lo necesita tanto como a la máquina de escribir.” Ya sé que pocos gustan de leer un poema tan lleno de imbecilidad y patetismo; un poema que no trasmite confianza, seguridad ni esperanza, o que no ofrece al lector la cabeza de sus propios recuerdos en bandeja de papel… pero necesito escribirlo, porque el escritor escribe su libro para explicarse a sí mismo lo que no se puede explicar, porque éstas sombras no se espantan con un par de días en que todo salga bien, ni con unas palmadas en la espalda, ni aunque me digas a la cara “supérate”; o que soy una idiota, cobarde, o una marica… lo asumo y entiendo todo ello. Tal vez estoy delirando, lo que yo hago no llega ni a poesía, ni a libro, me apetece escribir pero a la vez no digo nada, así que voy a publicar esto y para al cabo de unos minutos, o días, seguramente, acabaré borrándolo por lo subnormal que me siento diciéndolo.

Mi único talento ha sido mantenerme a flote con los pies hundidos en cemento, a costa de parasitar a quienes me quieren, y buscar que me sigan soportando para evitar que pase lo que tiene que pasar. Pero en fin, aquí sigo… Tragando niebla negra.


 “No quiero escribir, no quiero estudiar; quiero, simplemente, ser de verdad; aunque ello me lleve a descubrir que no soy nada…”

—           Julio Cortázar