Me gustaban sus ojos tristes, porque con todo y eso contenían brillos inmortales, encontraba galaxias que aún no
conocía. Quería conocerlas, me sentía astronauta. Y sus pestañas, sus pestañas eran niebla.
Me gustó porque
sus manos eran raíces, me mantenían estable, segura, viva.
Me gustó
porque no se preocupa por impresionar, es defectuosa, realista y radical, bizarra, dañada. Me recordaba que nada en la vida era
perfecto, sino real. Es calma y es caos.
Me
gustó porque tenía secretos, cicatrices que cuentan historias y un pasado que
la hacía actuar de forma peculiar. Me recordaba que yo tenía un lado curioso e
intrépido que destacar, que nunca acabaría de re-inventarme.
Me gustó porque me
convertía en alguien diferente, día tras día, en la ilusión de una valiente,
fuerte, alguien nuevo.
Me gusto porque dolía. Quererla dolía. Alguien tenía que ensuciarme, hacerme pisar la tierra. Aquí se resume mi teoría surrealista acerca del cielo y el infierno. Ella es ambos.
"Mentira. Ni me salvó, ni la salvé. Sólo cavamos
nuestra tumba con el tiempo, pero escribimos juntas el epitafio: — Por lo
menos, lo intentamos."
A veces puedes equivocarte mucho con una persona.
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