Un miércoles por la tarde tuve una idea estúpida: “¿Me
seguirás queriendo dentro de tres, cuatro, o cinco años?” Le dije. “Sí”.
Contestó. Con todo y su odio hacia mí. Y es que es triste no encontrar a la
persona que nació para uno, pero encontrarla y perderla es una mierda. Así que
no necesitaba más. Todo esto empezó porque todo había terminado. Recordé que en
algún ataque bajo el efecto de los “para siempres”, le pedí que se casara conmigo,
obviamente no en ese momento, sino que siete años después. Aceptó. Yo quería
apartarla para mí desde ese preciso y egoísta instante. Ella era como ir
corriendo a la estación, sabiendo que el vagón del metro ya había pasado.
Necesitaba intentarlo. O simplemente correr. Tenía esa extraña manera de
habitarme desde afuera, la sentía en cada movimiento, cuando se reía, cada que
bailaba, también ese dolor que nunca terminaba de ser cada que se despedía. Me
tranquilizaba el saber, que tenía más esperanza en nosotras que yo en mi misma.
Teníamos planeada la vida y un romance de esos baratos, ya saben, huir de casa
jóvenes y que no importara dormir en una colchoneta sucia del suelo y en
calzones, si teníamos nuestros cuerpos como calefacción. En cambio, yo soy de
esas patéticas que se creen la diferencia de la sociedad, que huyen a todo lo que
les ponga ataduras y les corte las alas. Soy quién tenía la idea de que un
papel no hace el compromiso, sino el deseo de querer ser y estar. Pero hasta
ahora entendí, que yo quería casarme con Gatica precisamente porque quería con
ella todos los pronombres, todas las malditas maneras, formas y lugares habidos
y por haber; de la mano, corriendo, peleando, amigas, de novias, extrañas,
casadas, dejadas, en un vagón del metro, bajo un árbol, la lluvia, o las
sábanas. ¡Todo! Así que permití que me jodiera las hojas blancas. ¡Mira de qué
manera trastocaba mis esquemas! Que aún no he decidido, si ponerla en el
montoncito de las mejores cosas que me han pasado o en el de las peores. Lo
lamentable, es que tengo 17 años, la amo y me dejó. Es una mala combinación.
Además de que estoy jodida, no tengo nada que ofrecerle y bueno… me desvié del
punto. Quiero que conozca, salga, sané y tal vez, incluso, ame a otros, que yo
volveré a buscarla, ya más cambiada, más madura, más valiente y menos pendeja;
para qué ahora sí y de una vez por todas, me quiera, mejor, más
bonito, sin doler. Y ojalá una tarde de miércoles, dentro de tres, cuatro, o
cinco años, Gatica también tenga una idea estúpida y vuelva a bailar conmigo,
sin música y con el corazón roto.
Y no, no se equivoquen. Que ya no quiero consuelos ni
consejos, que nada tiene de malo, y nada tiene de raro, que se me hubiera roto
el corazón, de tanto usarlo.