viernes, 8 de agosto de 2014

La señorita Gatica.

Un miércoles por la tarde tuve una idea estúpida: “¿Me seguirás queriendo dentro de tres, cuatro, o cinco años?” Le dije. “Sí”. Contestó. Con todo y su odio hacia mí. Y es que es triste no encontrar a la persona que nació para uno, pero encontrarla y perderla es una mierda. Así que no necesitaba más. Todo esto empezó porque todo había terminado. Recordé que en algún ataque bajo el efecto de los “para siempres”, le pedí que se casara conmigo, obviamente no en ese momento, sino que siete años después. Aceptó. Yo quería apartarla para mí desde ese preciso y egoísta instante. Ella era como ir corriendo a la estación, sabiendo que el vagón del metro ya había pasado. Necesitaba intentarlo. O simplemente correr. Tenía esa extraña manera de habitarme desde afuera, la sentía en cada movimiento, cuando se reía, cada que bailaba, también ese dolor que nunca terminaba de ser cada que se despedía. Me tranquilizaba el saber, que tenía más esperanza en nosotras que yo en mi misma. 

Teníamos planeada la vida y un romance de esos baratos, ya saben, huir de casa jóvenes y que no importara dormir en una colchoneta sucia del suelo y en calzones, si teníamos nuestros cuerpos como calefacción. En cambio, yo soy de esas patéticas que se creen la diferencia de la sociedad, que huyen a todo lo que les ponga ataduras y les corte las alas. Soy quién tenía la idea de que un papel no hace el compromiso, sino el deseo de querer ser y estar. Pero hasta ahora entendí, que yo quería casarme con Gatica precisamente porque quería con ella todos los pronombres, todas las malditas maneras, formas y lugares habidos y por haber; de la mano, corriendo, peleando, amigas, de novias, extrañas, casadas, dejadas, en un vagón del metro, bajo un árbol, la lluvia, o las sábanas. ¡Todo! Así que permití que me jodiera las hojas blancas. ¡Mira de qué manera trastocaba mis esquemas! Que aún no he decidido, si ponerla en el montoncito de las mejores cosas que me han pasado o en el de las peores. Lo lamentable, es que tengo 17 años, la amo y me dejó. Es una mala combinación. Además de que estoy jodida, no tengo nada que ofrecerle y bueno… me desvié del punto. Quiero que conozca, salga, sané y tal vez, incluso, ame a otros, que yo volveré a buscarla, ya más cambiada, más madura, más valiente y menos pendeja; para qué ahora sí y de una vez por todas, me quiera, mejor, más bonito, sin doler. Y ojalá una tarde de miércoles, dentro de tres, cuatro, o cinco años, Gatica también tenga una idea estúpida y vuelva a bailar conmigo, sin música y con el corazón roto.


Y no, no se equivoquen. Que ya no quiero consuelos ni consejos, que nada tiene de malo, y nada tiene de raro, que se me hubiera roto el corazón, de tanto usarlo.